domingo, 7 de marzo de 2010

Estado social y democracia

Estado social y democracia

En cada coyuntura histórico-política hay unos vocablos cargadas de prestigio que tendencias políticas diversas pueden tratar de atraer para sí, aunque ello sea contrario al sentido originario y a la formulación clara y distinta de sus conceptos. Ello es así porque, como ha dicho Hans Freyer, «los conceptos políticos son instrumentos del pensamiento teórico, pero también planteamientos de fines del querer político; designaciones de hechos, pero también llamadas a tomas de posición; criterios,

pero también banderines... Sirven no sólo a la consideración, conocimiento y disposición teóricas, sino también a la vida, al deseo y a la acción politicas»36. Por consiguiente, un mismo concepto o, por mejor decir, un mismo vocablo puede ser usado tanto en virtud de las exigencias gnoseológicas como en virtud de su funcionalidad para la acción política. De este modo, hemos visto llamarse

revolucionarios a movimientos que si quizá no siempre eran reaccionarios, sí eran

contrarrevolucionarios; democráticos, con o sin adjetivación, a estructuras autoritarias cuando no totalitarias; nacionales a regímenes «vende patrias», para emplear una expresiva denominación iberoamericana; sindicalistas o socialistas a tendencias destinadas a transformar a los sindicatos de una organización de lucha en un instrumento de regimentación de la clase obrera y a aniquilar los movimientos socialistas. Por supuesto, nadie puede impedir que un movimiento o sistema político

adopte los nombres que le parezcan más funcionales -salvo en el caso eventual de que lesionen preceptos de las leyes de asociaciones o de partidos- sea para adquirir respetabilidad, sea para atraer adherentes enarbolando banderines de colores atractivos.

El fenómeno, por lo demás, no es nuevo, sino más bien una constante en la historia política, que ocupó la atención de los tratadistas de la razón de Estado muy especialmente en el siglo XVII. Así, por ejemplo, Naudé escribe en 1639 que es necesario ganar al vulgo mediante las apariencias por medio de, manifiestos o apologías hábilmente compuestas, de tal manera que «apruebe o rechace bajo la

etiqueta del saco todo lo que éste contíne». Años antes (1605) Clapmarius contaba entre los arcana imperii para mantener a la plebe contenta y quasi fascinata, la sustitución de las realidades por las simulaciones, la concesión de derechos vacíos o naderías jurídicas (iura inania), de apariencias de libertades (libertates umbra), de imágenes irreales (imago sine re), de halagos y de otros trucos por el estilo, variables en función de la forma de gobierno37.

Además, los vocablos políticos van perdiendo algo de su significación originaria no solamente a medida que pasan de boca en boca y en la cotidianidad de la praxis política, sino también a medida que cambian las coyunturas históricas: en realidad, podría hablarse si no de una ley, sí de una tendencia histórico política a trasformar lo que en sus orígenes era, cuando menos, una idea o un concepto desestabilizador, en una idea o concepto estabilizador38.